El brillo de sus ojos se fue opacando, al tiempo que las gotas bermellón iniciaban el derrotero de un camino teñido de rojo.
Ella pudo haber elegido la gloria y prefirió el anonimato. Pudo haber acariciado la aurora y sólo conoció el ocaso.
Postergó sus sueños de transitar las pasarelas y desfiló por otra alfombra roja, no con pasos elegantes, sino temblorosos.
Se le escabulló el tiempo, sin siquiera saborearlo. Los minutos jadeaban apretujados en relojes aburridos.
Y cometió el error de enamorarse en el lugar no apropiado. Su aventura amorosa - nacida en furtivos encuentros de mediodías apresurados - desembocó en un imprevisto embarazo.
Ambos, inmaduros, afrontaron su inminente debut como padres y prepararon el nido.
El almanaque flameó al galope. El parto se les vino encima y el retoño trajo consigo el desgaste inevitable.
Biberones y pañales ocuparon el podio de un hogar prematuro - algo que él no pudo soportar - y pronto se iniciaron sus escapadas nocturnas.
Ella aprendió a masticar su bronca, procesándola junto con sus lágrimas.
Un aroma a infidelidad flotaba en el aire: pañuelos, cuellos de camisa y calzoncillos aparecían manchados en granate.
Todo fue de mal en peor al entrar en escena un enemigo implacable, en una nueva tonalidad de rojo: el alcohol.
Otra gama de ese color se posaría en su mirada viciada y otra en sus puños incrustados.
Cada noche: una nueva llegada tambaleante, un nuevo golpe, más sangre …
Y a la mañana siguiente, un mapa púrpura aparecía en distintos sectores de su frágil cuerpo femenino.
La joven mujer había soñado con un cuento de hadas, plasmado en azul … pero su realidad le edificó un drama, pintado de rojo …
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