Narrativa

UNA VEZ MÁS - Elsa Gillari

Con palabras cargadas de odio y los puños cerrados, la enfrenta; incompatible con su mirada que pareciera de enamorado. Ella, sumisa y con nudos en su garganta, así lo ama, y cree que tan sólo son etílicas palabras –ya pasará-. Se oyeron las sirenas de los paramédicos, y luego, fue hospitalizada, una vez más. Le dijo al Oficial: rodé accidentalmente por la escalera.


ROJO - Laura

El brillo de sus ojos se fue opacando, al tiempo que las gotas bermellón iniciaban el derrotero de un camino teñido de rojo.

Ella pudo haber elegido la gloria y prefirió el anonimato. Pudo haber acariciado la aurora y sólo conoció el ocaso.

Postergó sus sueños de transitar las pasarelas y desfiló por otra alfombra roja, no con pasos elegantes, sino temblorosos.

Se le escabulló el tiempo, sin siquiera saborearlo. Los minutos jadeaban apretujados en relojes aburridos.

Y cometió el error de enamorarse en el lugar no apropiado. Su aventura amorosa - nacida en furtivos encuentros de mediodías apresurados - desembocó en un imprevisto embarazo.

Ambos, inmaduros, afrontaron su inminente debut como padres y prepararon el nido.
El almanaque flameó al galope. El parto se les vino encima y el retoño trajo consigo el desgaste inevitable.

Biberones y pañales ocuparon el podio de un hogar prematuro - algo que él no pudo soportar - y pronto se iniciaron sus escapadas nocturnas.

Ella aprendió a masticar su bronca, procesándola junto con sus lágrimas.
Un aroma a infidelidad flotaba en el aire: pañuelos, cuellos de camisa y calzoncillos aparecían manchados en granate.

Todo fue de mal en peor al entrar en escena un enemigo implacable, en una nueva tonalidad de rojo: el alcohol.

Otra gama de ese color se posaría en su mirada viciada y otra en sus puños incrustados.

Cada noche: una nueva llegada tambaleante, un nuevo golpe, más sangre …
Y a la mañana siguiente, un mapa púrpura aparecía en distintos sectores de su frágil cuerpo femenino.

La joven mujer había soñado con un cuento de hadas, plasmado en azul … pero su realidad le edificó un drama, pintado de rojo …


CONFIANZA - Ricardo Arregui Gnatiuk

Yerba y azúcar. No creo que interesen para un cuento. Pero es lo que hay. Más el mate y un termo. Conversan. Tienen ya más de cincuenta. El hombre recuerda que, cuando se conocieron, tenían veinte y pico.

Habla y su mujer escucha. Y de vez en cuando asiente con un: “Ajá. Claro que me acuerdo...” Siguen mateando. Y conversando. Es decir, él parlotea su monólogo. Y cuando recuerda el accidente que lo dejó ciego, ella responde: “Ajá...”

De pronto, él pide que lo acompañe a la orilla del mar. Es el atardecer. La hora en que la hostia del sol es devorada por la garganta profunda de la oscuridad.

Al llegar, tantea la cintura de su mujer y la aprieta en un abrazo mientras busca su boca frenéticamente. Ella responde con empeño. Y luego de un largo beso que él todavía no entiende, la que fue su lazarillo durante más de veinte años, lo empuja desde el acantilado, sabiendo que morirá al chocar contra las piedras, mucho antes de haber llegado al agua.

Y, si... Ocurre que el hecho de ser ciego no fue un impedimento para haber sido toda la vida un terrible hijo de puta.


                                                                                               Despeñaderos, Paravachasca, 9 de julio de 2006.-


CONFESIÓN - Teresa Del Valle Drube Laumann

Le era difícil pensar coherentemente, recordar algo, por qué estaba allí. Las voces le llegaban lentas, estiradas y mezcladas con las que rebotaban dentro de su cabeza, mezcladas con sus pensamientos, repitiendo una y otra vez los últimos momentos que recordaba.


No podía abrir los ojos, a pesar que se esforzaba por hacerlo.


Intentaba asirse a la vida con desesperación, pero sentía que la vida se le escapaba como un pájaro entre las manos.


--- No sabemos si la escucha, señora, pero no deje de hablarle. Hablelé con cariño, bien bajito.


“¿Me podés decir qué te pasa?... no sos la misma. Hace tiempo que lo veo: has cambiado. Decime qué te pasa.”


--- ¿Va a despertar alguna vez, doctor?


--- Está muy mal. No podemos arriesgar un diagnóstico, pero siempre hay una esperanza. El coma es impredecible.


“¿Somos o no somos civilizados? ¡Hablá, carajo! ¡Decime qué mierda te pasa!
Luces, estampidos, la cabeza que le arde cada vez más. Intenta mover los labios. Inútil, no le responden los músculos de la cara.”


--- Pobre mi nena, mi dulce nena. ¡Qué te pasó! ¡Quién te disparó! ¡Quién fue el hijo de puta que te disparó!


“No sé cómo decírtelo… no sé cómo decírtelo. Yo… te quise mucho, pero ya no…”
--- Juan Carlos está desconsolado. Cuando te encontró me fue a buscar enloquecido… ¡te ama tanto, pobrecito!


“¡Puta, puta! ¡Cómo me vas a decir que ya no me querés! ¡Seguro que andás caliente con otro! ¡Hablá, reventada o te hago re-cagar matando aquí mismo”


--- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Enfermera! ¡Busque rápido al Doctor! ¡No sé qué le pasa a mi hermana! ¡Se agita desesperada!


“No… No… yo no tengo a nadie, Juanca, pero quiero terminar, no podemos seguir así…”
--- ¡Rápido! ¡El desfibrilador! Por favor, salga, señora. Su hermana está en buenas manos. Dejenós hacer. Nosotros la llamamos.


“¡Sí! ¡No me golpees más! ¡Te odio, hijo de puta! ¡Te odio con toda el alma! Amo a otro… ¡a otro!”


--- ¡Rápido! ¡Rápido! ¡Muévanse! ¡Se nos está yendo de las manos!


“¿Porqué te ponés esos guantes viejos de podar y mi delantal de goma? ¿Querés hacerme doler más tus golpes, cobarde? ¡Cobarde, no te puedo ni ver! ¡No sé en qué mierda estaba pensando cuando me casé con vos…!”


“No, puta hija de puta. Es para cocinarte a tiros, y que no me quede pólvora en las manos. Después los tiro por ahí… donde nadie los encuentre… ¡y fuiste, nena!”


“¡Estás loco, maricón! ¡No Juan Carlos! ¡No! ¡Socorro! ¡Te mentí, Juan Carlos: te amo! ¡Te amo sólo a vos! ¡No disparés! ¡No! ¡Por Dios te lo pido!”


“Las putas no tienen Dios… morí, asquerosa, morí como una víbora…”


--- ¡Dios mío, Doctor! ¿Qué le sucederá? ¡Cada vez se agita más!


--- Es inútil, Doctor… el corazón no resistió… se fue.


--- ¿Cómo pasó? Pero si parecía que iba a salir del coma en cualquier momento.


--- Menos mal que murió sin sufrir, sin saber qué le pasaba. Con el sedante de la inconsciencia.


--- Ahora hay que esperar que la policía descubra quién fue el mal nacido que la atacó. El pobre marido está inconsolable.


--- Y ahora… ¿quién le avisa a la familia? No quisiera tener que hacerlo yo. No podría mirar a ese pobre hombre a la cara. La verdad, yo no sé qué haría en su lugar. Está destrozado de dolor.


--- Lo haré yo, Doctor: como mujer, sabré cómo manejarme frente a un pobre tipo al que le cocinaron a tiros a la mujer. Es imposible seguir viviendo con la inseguridad con que se vive ahora. ¡Ojalá la policía detenga pronto al asesino! ¿Por qué no existirá la pena de muerte en este país?


VIOLENCIA DE GÉNERO - Le Vieux Coq

Tiene que parecer un accidente – pensó Pedro – un accidente perfectamente accidental – mientras veía en su mente los duros ojos de María. Los últimos años habían sido malos. Sólo peleas entre ellos. Malos trabajos con muchas horas y poco para llevar a casa. Llegaba tarde. Muy cansado. Pero no alcanzaba. No alcanzaba a jugar con sus hijos, ni a educarlos, ni siquiera a alimentarlos bien. Eres un fracasado – le había espetado María una de esas tantas noches de recriminaciones. Sin saberlo, ella le había dado la idea – ¿Para qué seguir pagando ese seguro de vida? No fracasaré – pensó mientras aceleraba fuertemente.


LA MATÓ PORQUE ERA SUYA - Marquesa Luna

Acababa de salir del juzgado en donde había declarado que el culpable del mordisco que arrancara de cuajo su pezón, había sido su bulldog francés.

Al doblar la esquina, sintió cómo un lacerante puñal atravesaba su espalda. Se giró enroscándose en su propio dolor, y en esas décimas de segundo, en las que era consciente de que la vida se le escapaba desleída en el fluir de su sangre, pensó que ya no tendría la oportunidad de retractarse de su confesión.

Quiso gritar su nombre, quiso llamarlo asesino, mientras intentaba abrazarse a la vida suplicándole que le diese una segunda oportunidad… Nadie la pudo escuchar, porque en ese preciso instante apareció la muerte ataviada con sus mejores galas, tapándole la boca con la iniquidad de un gélido beso.


AMATORIA - Liliana Marengo

Amatoria llegó a la Guardia del Hospital, muy lastimada. Sin embargo, ante las primeras preguntas de rigor, siempre decía, que necesitaba conseguir una pastilla para amar. Los jóvenes médicos se reían de esa mujer a la que habían apodado “Amatoria”. Pero yo, que ya había vivido lo suficiente, y había conversado con ella algunas madrugadas, en las que no había pacientes, sabía que Amatoria, vivía una relación desesperada con su consorte, con el que seguía por años interminables, sólo por cumplir el fuerte mandato, que decía que una mujer israelí, no debía abandonar a su prole por ningún motivo.
La enfermedad, entonces, parecía rotar mostrándose diferentes síntomas. A veces, se le partía el estómago. Otras, aparecía con fuertes dolores en el pecho. Esa noche, un dolor punzante en la espalda, hacía que caminara encorvada.
Recurrí, por simple formación clínica, a un placebo, que puse finalmente en su boca, para evitar su sufrimiento. La mujer me lo agradeció con lágrimas en los ojos y se fue presurosa a su casa, en donde la esperaba su infierno.
Amatoria regresó al Hospital, una semana después, y más lastimada todavía. Entonces me pedía por primera vez en tantos años, y media moribunda, que le consiguiera una pastilla para no amar.
-¿No te hizo efecto la pastilla que te di para que ames a tu marido?
-Sí, me hizo efecto, pero no me gusta amarlo.


ANICETOS - Liliana Marengo

A Aniceto le encantaba la riña de gallos. Desde muy pequeño, su padre lo llevaba a que viera junto a él semejante espectáculo. En un principio, le daba cierta pe-na y asco, pero a medida que se fue acostumbrando al entretenimiento, fue per-diendo esas sensaciones, para apoderarse de otras. Entre ellas, la adrenalina que se incrementaba, en la puja por el éxito. Y el estado posterior, repartido entre ganadores y perdedores, divididos por esa marca, que luego se dibujó en su propio corazón.


Con el tiempo, su sueño, era llegar a grande y comprar sus propios gallos. Así que con la primera changa, adquirió el primer gallo, al que le puso Amor. No fal-tó mucho, para comprar el segundo, cuyo apodo fue ni más ni menos que Odio.
Tendría que haberlo visto a Aniceto preparar a esos inocentes animales. Lo único que le faltaba era hablarle y con qué cariño los atendía.


Ese mismo Aniceto era el luego los abandonaba al reñidero, y gozaba con el desplume doloroso que sumaba puntos a la función pública.


Luego, casi desfallecidos, después de terminada la contienda, era Aniceto quien con toda delicadeza curaba sus heridas, forjando un vínculo indisoluble con sus gallos. A veces pienso que Aniceto no es un mal tipo, sino que tiene la necesidad de ser amado. Al menos, así me conquistó a mí. Tiene épocas buenas y épocas ma-las. En las buenas, viera qué ternura mi Aniceto. Pero no le ocurra acercarse cuando está enojado. Hay que hacerse a un lado. Es como el gris, mitad blanco y mitad negro.


Eso sí, cuando lloro es extremadamente cariñoso. Me abraza, y hasta se deja matar por mí.


Es raro, uno no sabe nunca con quién está.


Pareciera que tuviera el corazón dividido en dos, pero es uno. El amor de mi vida, mi Anicetos.


UNA CIFRA MÁS - A. Linette Taboada



Cuando Milton llego a su casa ya eran pasada las diez de la noche. Esta era su hora acostumbrada de llegar después de casi 15 horas fuera de su hogar, entre las diez horas de trabajo mal remunerado que tenía, alguna diligencia personal que hacia después del mismo y el tiempo en el pobre transporte público que había en su país. Esa noche algo en el había diferente, su mirada, su silencio, hasta su olor no era el mismo, pero la escena que encontraba en su casa si lo era. Laura siempre estaba en su cama descansando después haber llegado igual que el del trabajo con la diferencia que a ella le tocaba, cocinar, arreglar la casa y estar con su hijo de 12 años ayudándolo en sus tareas escolares. Normalmente ya a las diez de la noche el chico estaba dormido y ella había terminado sus quehaceres y se retiraba a su cuarto a ver un poco de tele y esperarlo. La comida de su marido como siempre estaba servida en la cocina dentro del micro ondas lista para calentar.

Milton no entro a su cuarto como era su rutina, hizo un primer alto en la cocina, de allí fue a su recamara aun en ese silencio mudo que solo entendía él… y vio a su mujer acostada, esperándolo con una sonrisa hermosa, un beso y un abrazo que se quedaron flotando en el tiempo. El solo se abalanzo contra ella y la apuñalo hasta dejarla sin vida.

El resto de la historia salió en los diarios de la mañana… como una cifra más por la violencia de género.


LÁGRIMAS - Silvia Moreno

Se acerca despacio, casi en puntillas, entra en la habitación, está en penumbras, no se escuchan ruidos, agudiza su oído, avanza por ese pequeño pasillo, se encuentra ya en ese dormitorio todo oscuro, todo silencio.

Silencio que penetra en su alma, alma de niña aún pero que ya sabe. . .ya sabe lo que ahí pasó. -- -¿Puedo pasar?- pregunta-. Es tan imperceptible su voz que teme que no la hayan escuchado. Se equivoca; sí, alguien responde: -Pasa-...

Ahí esta tendida en la cama, sin moverse sin hablar, como si no respirara. Se arrodilla a su lado.

Toma la mano de aquella mujer, no sabe que hacer, la acerca a sus labios, la besa, sus lágrimas caen como pequeños cristales.

¿Por qué? ¿Por qué estas así? No puedes más con esto, por favor vámonos, huyamos lejos, yo te quiero.

La mujer la mira, quiere decir algo no puede, sus labios están hinchados, de sus ojos salen lágrimas.

Lágrimas de dolor, de espanto, de angustia, qué puedo hacer, creo que es demasiado tarde...

La niña llora, se acerca trata de acomodarla y ve con horror como está de golpeada esa mujer.

Sus senos fuente de vida, están de color violeta, sus brazos magullados, llora, llora, vámonos. . .le dice ya no se puede más.

Camino al hospìtal, piensa. . .¿El hombre, que te ama , que te protege, puede dañar así?

Hoy, sentada en esa sala de fríos pasillos con aires de misterio,con aroma a soledad...de pronto , es-cucha pasos, ese hombre de inmaculado delantal blanco se acerca, su voz la trae al presente, han pa-sado treinta años.

Con voz serena y pausada le explica: -La señora ya está en sus últimos momentos, ahora solo hay que esperar y que esté lo más tranquila posible,sólo le puedo decir que ya no tiene dolor-. Y se aleja.

Ya no tiene dolor, quedó pensando,dijo ya no tiene dolor, qué sabe él , qué sabe si ella ya no tiene do-lor, si toda su vida estuvo llena de dolor, de abuso de maltrato de golpes, que herían la piel, pero que desgarraban el alma.

La piel cicatrizó, su alma se destrozó, su corazón se congeló y su risa se borró para siempre.

Aquellos ojos color canela, ya se cerraron para siempre, pero siento que ella los cerró hace treinta años cuando en nombre del amor su vida cambió.


LA PUERTA - Marquesa Luna

Cada vez que oía girar dos veces la llave de la puerta de la calle, se echaba a temblar y terminaba meándose en la cama. A continuación escuchaba los gritos de su padre entremezclados con los sollozos de su madre. Esa escena se repetía a diario.

Su madre terminó suicidándose con una ingesta de barbitúricos cuando ella tenía doce años.

Ahora cuando siente girar la llave dos veces, sabe que después de que su padre cierre esa puerta abrirá la de su habitación, pero ella ya aprendió a controlar sus esfínteres, y también su rabia, dolor y asco… Sólo piensa en cómo hará para conseguir las pastillas que tomó su madre.


JARDÍN SECRETO - Katty Silva

Sabía que estaba en un sillón, pero también sabía que estaba en aquel lugar íntimo, donde los colores son más intensos, y yo, estaba a tu espera, en la cómoda hamaca amarrada a dos árboles. Tu venias caminando hacia a mi y al verte me emocione, de compartir contigo en mi jardín secreto, nos abrazamos y aquellas imágenes de la cruda vida real que llevábamos, se esfumo, ya no existía la sangre en mis labios golpeados, ni lo moretones en toda mi cabeza, ni la marca de tus dientes en mi piel, ya no existía tu rabia, ni tampoco la mía por no defenderme. Solo existía el perdón.