jueves, 24 de noviembre de 2011

CONFESIÓN - Teresa Del Valle Drube Laumann

Le era difícil pensar coherentemente, recordar algo, por qué estaba allí. Las voces le llegaban lentas, estiradas y mezcladas con las que rebotaban dentro de su cabeza, mezcladas con sus pensamientos, repitiendo una y otra vez los últimos momentos que recordaba.

No podía abrir los ojos, a pesar que se esforzaba por hacerlo.

Intentaba asirse a la vida con desesperación, pero sentía que la vida se le escapaba como un pájaro entre las manos.

--- No sabemos si la escucha, señora, pero no deje de hablarle. Hablelé con cariño, bien bajito.

“¿Me podés decir qué te pasa?... no sos la misma. Hace tiempo que lo veo: has cambiado. Decime qué te pasa.”

--- ¿Va a despertar alguna vez, doctor?

--- Está muy mal. No podemos arriesgar un diagnóstico, pero siempre hay una esperanza. El coma es impredecible.

“¿Somos o no somos civilizados? ¡Hablá, carajo! ¡Decime qué mierda te pasa!
Luces, estampidos, la cabeza que le arde cada vez más. Intenta mover los labios. Inútil, no le responden los músculos de la cara.”

--- Pobre mi nena, mi dulce nena. ¡Qué te pasó! ¡Quién te disparó! ¡Quién fue el hijo de puta que te disparó!

“No sé cómo decírtelo… no sé cómo decírtelo. Yo… te quise mucho, pero ya no…”
--- Juan Carlos está desconsolado. Cuando te encontró me fue a buscar enloquecido… ¡te ama tanto, pobrecito!

“¡Puta, puta! ¡Cómo me vas a decir que ya no me querés! ¡Seguro que andás caliente con otro! ¡Hablá, reventada o te hago re-cagar matando aquí mismo”

--- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Enfermera! ¡Busque rápido al Doctor! ¡No sé qué le pasa a mi hermana! ¡Se agita desesperada!

“No… No… yo no tengo a nadie, Juanca, pero quiero terminar, no podemos seguir así…”
--- ¡Rápido! ¡El desfibrilador! Por favor, salga, señora. Su hermana está en buenas manos. Dejenós hacer. Nosotros la llamamos.

“¡Sí! ¡No me golpees más! ¡Te odio, hijo de puta! ¡Te odio con toda el alma! Amo a otro… ¡a otro!”

--- ¡Rápido! ¡Rápido! ¡Muévanse! ¡Se nos está yendo de las manos!

“¿Porqué te ponés esos guantes viejos de podar y mi delantal de goma? ¿Querés hacerme doler más tus golpes, cobarde? ¡Cobarde, no te puedo ni ver! ¡No sé en qué mierda estaba pensando cuando me casé con vos…!”

“No, puta hija de puta. Es para cocinarte a tiros, y que no me quede pólvora en las manos. Después los tiro por ahí… donde nadie los encuentre… ¡y fuiste, nena!”

“¡Estás loco, maricón! ¡No Juan Carlos! ¡No! ¡Socorro! ¡Te mentí, Juan Carlos: te amo! ¡Te amo sólo a vos! ¡No disparés! ¡No! ¡Por Dios te lo pido!”

“Las putas no tienen Dios… morí, asquerosa, morí como una víbora…”

--- ¡Dios mío, Doctor! ¿Qué le sucederá? ¡Cada vez se agita más!

--- Es inútil, Doctor… el corazón no resistió… se fue.

--- ¿Cómo pasó? Pero si parecía que iba a salir del coma en cualquier momento.

--- Menos mal que murió sin sufrir, sin saber qué le pasaba. Con el sedante de la inconsciencia.

--- Ahora hay que esperar que la policía descubra quién fue el mal nacido que la atacó. El pobre marido está inconsolable.

--- Y ahora… ¿quién le avisa a la familia? No quisiera tener que hacerlo yo. No podría mirar a ese pobre hombre a la cara. La verdad, yo no sé qué haría en su lugar. Está destrozado de dolor.

--- Lo haré yo, Doctor: como mujer, sabré cómo manejarme frente a un pobre tipo al que le cocinaron a tiros a la mujer. Es imposible seguir viviendo con la inseguridad con que se vive ahora. ¡Ojalá la policía detenga pronto al asesino! ¿Por qué no existirá la pena de muerte en este país?

No hay comentarios:

Publicar un comentario